Mi ausencia intermitente por las redes sociales se debe a que llevo un par de meses trabajando como secretario. Estoy cubriendo una baja de una compañera y solo estaré un ratito haciendo eso, terminaré pronto.
Reflexionando sobre el trabajo,el otro día tuve una epifanía: ¿qué hago yo trabajando? ¿Por qué caígo irremediablemente en las redes del sistema del capital? Tengo claro desde hace años que no me gusta trabajar -creo que como a casi nadie- pero yo lo siento de verdad: NO ME GUSTA TRABAJAR. No me gusta la precariedad, los horarios inflexibles, los objetivos por producción, los ritmos frenéticos, la competencia y la competitividad, la falta de seguridad laboral, la sensación de estar realizando una función mecánica para el sistema sin plantear el valor del qué y del para qué. Sé que son todo obviedades pero me las recuerdo porque no quiero perder el foco importante: abolir el trabajo. Lo que entendemos en esta sociedad como trabajo.
Como en breve termino este trabajo en el que estoy ahora, ayer soñé que estaba haciendo una prueba en otro trabajo como limpiador en una tienda de ropa. La jefa me indicaba una serie de propuestas laborales muy poco interesantes y yo, como el Baterbly de Melville, le decía: “Preferiría no hacerlo”. Mi compañera de trabajo, al escucharme, se quedó sorprendida y tiró su fregona en señal de disconformidad ante las propuestas de la jefa.
En la tarea de educar en el trabajo, todos somos responsables. Hay que decir que NO con educación (siempre que se pueda y uno tenga el privilegio). Voy a entrar ahora a trabajar pensando en esto.
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